Sobre la vida.

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De mis años de trabajo en la calle, me gustaría escribir sobre aquellas personas que se cubrían del viento en las esquinas. En cada uno de sus gestos se podían leer muchos poemas (o algo así).

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Cada noche, las mismas tristezas, pueden ser de otros.

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La muerte de un padre se parece al viento de la noche: canta frente a una puerta que insiste en permanecer cerrada.

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Si los días se repiten siempre igual, habrá que hacer un pacto con la vida, dar vuelta el cubrecama y hablar con el niño que viaja detrás.

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Mi once titular. A Borges lo pongo en el arco porque se aguanta todos los ataques. En el fondo, Gamoneda como stopper, lo quiero solo y libre. Mi línea de tres: Sábato, Galeano, Fijman. En el medio, el corazón del equipo: Juan Gelman. Me gustan de carrileros la dupla trasandina: Jodorowsky – Teillier, y un poco más adelantado, para meter miedo: el gran Leopoldo María Panero. Arriba, definidores natos, la dupla AP: Antonio Porchia – Alexandra Pizarnik.

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La dicha de ir por los pasajes, preparar el bolso, buscar el regalo más lindo del pueblo y, sobre todo, saber que me vas a estar esperando.

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Algún día han de florecer las palabras que sembramos una fría mañana de abril.

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Cuando escribo un poema, lo único real sucede ahí. A veces es bueno saber esperar.

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Cada vez que paso por afuera del bowling, se me pianta un lagrimón. Pocas veces sentí la libertad como en aquel lugar. La marginalidad del trabajo nocturno, el trabajo de parapalos, tuvo mucho que ver con la publicación de mi primer libro, con todo lo que vino después. En esas paredes, dejé mi vida.

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La nueva versión de Peces de ciudad debería decir: "Al lugar donde has sido feliz deberías tratar de volver".

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El día que nos conocimos, River ganaba su tercera Libertadores, después de 19 años. Buenos Aires, verdaderamente, era una fiesta. En ese umbral, te vi por primera vez, contemplando el tinte rojo de las seis. En ese umbral, te amé.

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Hay palabras que encienden las últimas preguntas. El que escribe amaina los vientos.

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Ahora que todas las ventanas dan al mundo, no puedo dejar de mirarla. El paisaje que respiro tiene tus ojos.

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Nada más egocentrista que el viento mordido por los perros.

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Cuando terminaba el turno, me quedaba a limpiar los espejos. A veces encontraba el mar. Mi cansancio era tan grande que se perdía lejos, ahí donde los pescadores encuentran su verano.

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Cuando terminaba el turno, me quedaba a limpiar los espejos. A veces encontraba el mar. Mi cansancio era tan grande que se perdía lejos, ahí donde los pescadores encuentran su verano.

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Que este año mi letra se vuelva legible, que pueda comprender los insomnios que deja la tristeza.

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Me detengo en medio del desierto y miro el cielo a través de la lluvia. Aunque me vaya, esas nubes seguirán ahí.

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Me levanto de la cama, doy tres pasos y me vuelvo punto suspensivo.

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Desconfío del frío. Por eso escribo un pensamiento y lo pego con cinta scotch.

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Si la vida fuera un partido de fútbol, hoy creo que estaría pidiendo minuto.

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El estado de abandono era tan grande que no quedaba otra que aferrarse a la vida con uñas y dientes. En esos momentos, la libertad y la marginalidad estaban en la palma de las manos. Ya no era necesario el papel picado de la imaginación.

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Cada poema se une a otro hasta construir una casa. La lectura de esa realidad, necesariamente, dependerá de quien abra o cierre la puerta.

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La tristeza de los árboles, después que se va el viento, me revela toda la sabiduría del mundo.

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Los poemas son como animales: cuando salen, muestran sus dientes.

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Mirás tus manos y sabés que vas a poder, que vas a salir. Imaginás que el silencio es de barro y que la lluvia nos pertenece.

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Reunir fragmentos como lugares posibles. Buscar, entre los escombros, los añejos, los nuevos, los que vienen de lejos.

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El viento es una herida abierta de la noche.

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La ciudad secreta es la ciudad imperfecta, misterio de su propia duración.


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Desde el viento.

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Me acuerdo de esa mañana, cuando me dijiste que ya no querías estar en este mundo. Te gustaba decirme esas cosas. Estabas cansado de llorar a los amigos muertos. Aunque tantas veces te dije lo contrario, hoy no quisiera morirme. Es que una vez me dijiste que íbamos hacer miles de canciones juntos, y yo te creí.

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El viento gira alrededor del mundo, del mundo del otro. Acá me quedo, entonces, junto a todo lo que no está.

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Renuncio a un lenguaje que no sea comprendido por los gorriones.

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Tener una tristeza es como usar sombrero en un día de viento.

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La voz sigue calma sobre las piedras; el viento sabe que la eternidad es posible en las hojas caídas.

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Con tanta lluvia, me acordé del ruiseñor. Pareciera que están lavando el mundo.

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Sentir el cansancio en esas mañanas de otoño, en las que pienso que lo verdaderamente importante sucede en los árboles.

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Mi amor está lejos. Pronto volverá y todo será como al principio. Ella será mi Alejandra Pizarnik y yo, su Antonio Porchia. Dormiremos hablando del mar y sus extraños caminos.  

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Quiero que llegue el invierno, que se cubra todo de nieve. Tengo ganas de patinar sobre el hielo que se hace en las esquinas, sentir el murmullo de los árboles que nadie conoce. Quiero escribir tu nombre en los vidrios escarchados de los autos.

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Tanto el exceso de sufrimiento como el de felicidad es penoso: aburguesa. Es mejor el equilibrio y no pensar tanto.

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De la noche, como el dibujo de un niño pegado en la pared, no te alejes.

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Estoy solo junto al río, el mismo que se llevó a mi padre: mi tristeza consiste en leer ese vuelo fugaz, acaso un cuaderno perdido en la infancia.

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La herida que atraviesa de puerta a puerta la casa, un canto que se pierde entre los árboles. Es el viento de nuevo. 

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Pienso en el día que nos conocimos, en todas las muertes que pasamos hasta encontrarnos. Ese día comenzamos a construir el olvido: nuestra única esperanza.

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Desde que te fuiste, me di cuenta de algo: al barrio le hacen falta árboles.

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Cada vez me cuesta más escribir un poema como la gente. Estoy en esa calma que antecede a la tormenta.

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Quién anda ladrando al hombre que vuelve del desierto.

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Me habían hablado maravillas, supuse que eras una maravilla. Pero hablas solo, dios.

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El dolor no sabe de grandes discursos, al menos aquí – dijo el viento. 

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Dejar atrás el desierto, desplegarse porque la nieve es el límite de toda esperanza.

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La ciudad secreta es la ciudad imperfecta, misterio de su propia duración. Mi corazón frente a una noche posible.

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Hemos gastado las fuerzas en el último verano; las manos y su destino de no estar en ninguna parte. El viento suele presentarse en formas impensadas.

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Definitivamente, el mundo se divide entre los que envían mensajes de audio y los que hablamos solos.

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Anochece. Las vidrieras nos prometen felicidad. Habrá que convencer al viento de su existencia. (Diciembre 16, 2017)

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Lo que uno quiere decir con palabras nunca es lo que uno quiere decir. No obstante, codificar ese mensaje es también una forma de amar, de curarse. Escribo para saber qué fue de mí. 

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Río Gallegos es una ciudad irreal. Lo triste del viento es demasiado para tanto viento.

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Pensar que hace veinte años estaba intentando escribir poemas en el reverso de una tarjeta de estacionamiento.

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Esos días fueron eternos. Solíamos quedarnos, junto a mi hermano, esperando que bajara del colectivo. Yo tenía 8 años y escribía en mi diario, le escribía a dios. Le pedía que me devolviera a mi papá. Un día encontraron su cuerpo sin vida a orillas del río. Había estado un mes y cinco días desaparecido. Me costó horrores ponerle palabras a su muerte, a sus muertes. Hoy se cumplen 30 años de aquel mediodía y, aunque tu ausencia me hizo crecer de golpe, ando todavía buscando luces en los caminos. (Noviembre 9, 2017)

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A veces me da miedo la prosa. Me asusta un poco eso de narrar y perderme en los hilos del lenguaje.

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Salgo a la noche y hablo con mi sombra; les digo a los perros que se callen. Lo hago para comprender la intensidad de las palabras.



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Autenticidades V


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Viento es una palabra que se usa mucho en octubre. Voy a hacerme una remera que diga El viento eres tú. 
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Nunca quisiera perder el asombro ante las palabras; esos pequeños gestos que me dan las certezas, las dudas.
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El arte de los náufragos consiste en dar vuelta el sentido de las cosas.
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El único viaje posible es el camino: el respiro nuestro de cada día. Ponerse a caminar es el desafío. Dar treinta y tres pasos y más. Darle sentido a los sueños, al canto. Caminar es el oficio.
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Con el paso del tiempo, mi letra se ha vuelto ilegible. Estoy aprendiendo a leer entre líneas.
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El tiempo no es el mismo en las hojas, en las libretas, en los cuadernos. Todo se desmorona en un abrir y cerrar de ojos.
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No tuvimos, lo que se dice, un buen pasar. No hubo lamentos por eso. No hubo necesidad de arañar el asfalto. Era tanta la vida que salíamos del cuadro antes del final de cada comedia.
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El viento cae sobre los álamos, y todos quisieran tener un amor, algo para morirse al pie de la letra. 
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Suena el despertador. Son las 7 de la mañana. El frío me envuelve entre cuatro paredes. Hora de levantarse, de ponerse el cuerpo, las manos. Será el tiempo destinado a ser un nudo en la garganta.
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Ir al sur de la ciudad y esperar allí, con los ojos callados, la salida de una florcita lila.
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Esa palabra que impide la lluvia, esa palabra que nunca termina de borrarme.
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Si el viento fuera un pájaro, no creería en su canto.
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Hay un momento en el día, después del trabajo, en que leo un poema en voz alta y parece que el mundo se ensanchara.
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Inevitable sentir el viento en medio del campo, y no recordar el perfume de la menta en tus hombros.
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Anoche soñé con los saltos que solía dar para que los palos de bowling no me dejaran marcas en el cuerpo. Me sigue pasando lo mismo, pero en la vida: intuyo más de lo que creo y mi intuición se vuelve creencia.
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Cada palabra se une a otra hasta construir una casa. La lectura de esa realidad, necesariamente, dependerá de quien abra o cierre la puerta.
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No todo el mundo sabe elegir el lugar del espejo que nos mira.
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Me gusta subrayar las palabras por donde paso. Lo hago para cobijarlas y darme fuerzas.
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Recuerdo los siglos de mi infancia, el rezo en voz alta.
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Fe en los caminos, quizás el viento nos acompañe esta vez.
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La vida del perro vagabundo que busca a su dueño debería empezar por la posdata.
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Escribo contra la muerte como quien abre un poema una tarde de verano. 
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Algún día aprenderé a compartir mi dolor con una voz humana, de esas que se pierden entre tanta claridad.
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Entrar al mundo por la puerta más pequeña: cuestión de todas las noches. 
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Las palabras siguen ahí, sobre la mesa. Todo lo que se diga sobre ellas serán restos de un sol encendido.
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La experiencia del dolor es anterior a la soledad. El dolor es apertura, astilla en las manos.
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Sentí el viento galopando en el desierto y volví a creer en el viento. El viento - dije.
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Recuerdo el hermoso gesto de una de las cocineras: nos esperaba en la puerta y nos despedía con una caricia. O cuando nos quedábamos a juntar los platos, junto a mi hermano, para que nos dieran doble ración de postre. Con el paso del tiempo comencé a valorar los siete años vividos allí, en el comedor escolar de la escuela 11. Y sí, claro, dios existe. Yo lo vi entre los cantos de niños sin padre.  
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Lo curioso ante una puerta cerrada es aquello que se aleja o que vuelve.
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No se puede entrar, no con este frío que quiebra los espejos.
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Yo sé bien que la vida es eterna en cinco minutos.
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El viento está triste, pero es viento. 
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Heredé un lenguaje que nada comprende sin la dulce castidad del olvido. 
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Les dije: a ver si nos ponemos las pilas y nos vamos al campo. Después de tanto llorar, es bueno ver las cosas tal cual son. Tú nunca morirás – me dijeron las manos.
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Mi tristeza es tan grande que no cabría en un vaso de agua.
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¿Para qué seguirte? – dice Adán. Mejor la paso perdiéndome en el campo. Allí, entre los gorriones de la noche, los muertos suelen ser felices.
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*Que no perdamos la fe en las palabras, que sepamos cobijarlas antes del fin del invierno.

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Me gustan los detalles, la luz añeja de las palabras, las fotos amarillas, el canto de los gallos en el viento, la paciencia de los alambradosel vértigo de las cosas olvidadas. 

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Autenticidades IV

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Cada vez que me junto a charlar con alguien, mi soledad se vuelve barquito de papel. Lo comprobé esta semana que no ha parado de llover. 

Lo poco que traigo puesto es el aullido del viento sobre los techos, la caída de la nieve sobre lo que se creía perdido. Un perro que ladra inventa el desierto. 

El viento es el único inmortal. Su trabajo es hablar con desconocidos.

El rezo ante las tumbas, ese dialecto de hojas secas sobreviviendo a la tarde.

No sé si alma o cuerpo, pero algo duele. Esos gorriones, que juegan en el techo de mi casa, saben que la muerte viene y desordena todo.

Es necesario cruzar el desierto. Allí donde las formas fracasan y un rayo de sol nos desafía.

Tengo una foto tuya pegada en mi corazón. Salís hermosa, con el pelo mojado, con los ojos entrecomillados, con el cielo entre las manos.

Pienso en el padre que me faltó, y me digo que he sido fuerte, a pesar de su ausencia. Mis ojos están limpios de tanto llorar.

Ahora la angustia es aire de nosotros, un amor capaz de llevar luz al viento y respirar.

Lo realmente difícil en la poesía es escribir sobre la felicidad. Lo intenté muchas veces, pero nopude. 

No sé. Debo ser algo masoquista porque cuando escribo la palabra felicidad la tacho y la vuelvo a escribir. Imagino que la felicidad es también eso: tachar y volver a escribir. 

Sentir el cansancio en esas mañanas de invierno, en las que uno piensa que lo verdaderamente importante sucede en las manos.

Lo cierto es que nunca había sentido tanto tu presencia como hoy que entré en mi casa y abrí las ventanas y me pareció escuchar tu voz. Lo cierto es que el viento sopla tan fuerte que no debiera ser visto.

Me gustaba escuchar su voz porque ahí se podía resucitar.

Quién dejará de huir con un nudo en la garganta.

Lo poco que traigo puesto es la tristeza que nubla las tardes, en las callecitas de mi pueblo: un perro que ladra inventa el desierto. 

Es un llorar adentro, para que pasen y vean que no hay más que eso. La distancia que me separa del paisaje es lo que me ata al mundo.

No se puede escribir una carta con las puertas abiertas: todos entran y salen como si de eso se tratara la vida.

A esta hora el mar se tambalea. Por eso nadie se mueve, por temor a ser descubierto.

Para hablar del viento, habrá que convencer a los álamos de su existencia.

¿Cómo saber si las retamas que soñamos dan luz o sombra?

La noche está triste, pero es noche. Conozco su ritmo inabarcable, a los pájaros que acompañan al mito.

Un hombre debería mirar de frente, aunque sepa que del otro lado del espejo hay solo eso: un hombre mirando de frente.

Andar por el mismo camino, con los ojos fijos en el viento. Recordar que su mano en la mía era la misma mano. Y era el amor.

Maneras de vencer a la muerte: sentarse en el banco de una plaza vacía y poner cara de feliz cumpleaños.

Martes. Siete de la mañana, cinco grados bajo cero. Yendo al trabajo, mis manos me recuerdan a mis antiguas manos, esas que escribían tu nombre en los vidrios escarchados de los autos.

El viento es un mal criado, un psicodélico de primera hora. Se hace el loquito. Quiere que todo el tiempo hablemos de él, que lo extrañemos cuando no está. El viento es nuestro amor eterno: existe para que los álamos no se olviden de cantar.

No atraigas más fantasmas que la puerta insiste en permanecer cerrada. Cada palabra es un imposible. Escribe sin perder el sentido del humor, el sentido de la vida.

Es pequeña mi casa: un gorrión posado en el alambrado, esas nubes que pasan como almas galopando contra el viento.

Si la vida fuera un partido de fútbol, hoy creo que estaría bajo los tres palos.

Una mañana de martes fui hasta Parque Lezama, el parque donde se conocieron Alejandra y Martín, los personajes de Sobre héroes y tumbas, la novela de Ernesto Sábato. Era un día gris; casi no andaba gente. Saqué una manzana de mi bolso y me quedé, por largas horas, mirando a los pájaros, a los árboles centenarios, a la vida misma. De allí estoy regresando. 

Pensé que era un niño llorando en medio del campo. Era el viento.

Caminar por el desierto hasta reconocer cada piedra, cada nube; hasta reconocerlo como a un poema.


Perdí los objetos, no las palabras. Esos trozos de aire que el mar escribe cuando llega el verano. 

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Otro sol

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Yo también quería jugar. Perderme en aquella calesita.
Pero había caído en mi sueño más temprano,
la otra soledad.


27 de octubre de 2008.
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Autenticidades III

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Me fui por las ramas hasta poder encontrarme.
Cuando ya no hay dolor en la memoria, el cuerpo se vuelve mano.
Su pelo se perdía en el viento como cielos al borde de la hoja.
Poema, dialecto de hojas secas sobreviviendo a la tarde.
Algunos instantes se quedaron conmigo toda la vida. Porque la eternidad no es más que un vicio, una luz que se enciende de a ratos.
Llueve y la ausencia empieza a crecer. Hay besos que lloran en los puertos olvidados del sur.
Lo que le queda al desierto es el aullido del viento sobre los techos, la caída de la nieve sobre lo que se creía perdido.
Abrir un libro y leer, en la primera página, que todos los pájaros se han ido.
MIÉRCOLES, 24 DE JUNIO DE 2015, Hoy se celebra un Año Nuevo Mapuche. Mi abuela elevaría una plegaria al Sol, fuente de sabiduría y renovación, y diría: "auki we tripantu, wiñoi tripantu".
Su ausencia es un sol al descampado, un cielo acostumbrado a ser cierto.
Río que te vuelves mar, devuélveme el canto.
Diez grados bajo cero de sensación térmica. Gallegos es un pueblo que enfría al sur del sur del sur del sur.
Ayer escuché el último de Jauría y descubrí que las canciones son hojas que sueñan ser árbol.
Tener una tristeza es como ponerse guantes en un día de sol.
Me gusta habitar el desierto: vienen perros de todas partes. Somos una comunidad y nadie lo sabe.
Mirar al cielo y pedir que mi padre regrese fue el primer poema que escribí.
Una ciudad es algo que habitamos en los sueños.
Anoche soñé que todo el amor del mundo cabía en una canción de Los Súper Ratones.
Cansado de las preguntas del padre que nunca tuvo, prefiere quedarse en su casa, jugando a que lo encuentren.
Soñamos con vivir juntos. Recorrer la Patagonia, sentir el viento en la cara, conocer el desierto. Entonces, te llamaría Pri y, en la cartera, llevarías un par de guantes.
Una mujer sola entra en el mar y el mar le miente, le hace cosquillas
Nadie sabe del dolor que hay entre dos manos y, sin embargo, aún se espera que valga la pena.

¿Quién dejará de huir con un nudo en la garganta?

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"Autenticidades II "

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Andar por el mismo camino, con los ojos fijos puestos en el viento y, entonces, recordar que su mano en la mía era la misma mano. Y era el amor.
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Es la palabra kikirikí iluminando el desierto, la paciencia de los alambrados en las callecitas de mi pueblo. La sombra de su canto me sostiene.
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De cómo ciertas tristezas se acumulan en los cactus.
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Las palabras recién escritas han dado con otro borrador. Una tarde invisible entra en la memoria.
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El signo vital suele parecerse a las ramas de un álamo, en cuyas hojas anida un canto: el primer borrador.
...
¿Cómo explicar la sensación de llegar a la orilla y no saber nadar?
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¿Quién habla en mí: el exiliado del ruido o el que soñaba con arlequines?
...
El poeta se rodea de esos pequeños fuegos parecidos al silencio ancestral, invitando al lector a recorrer con su imaginación, el milagro de la naturaleza, de la vida. Luz infinita. Esencia concentrada. Instante primitivo. Suspiro que deja el viento. Voces para perderse en lo profundo, sin adentro ni afuera. Como un cosmos
....
El trabajo con los chicos me hace olvidar todo lo malo, lo triste. Ayer, por ejemplo, una nena me preguntó si mi celular tenía Whatsapp y con una sonrisa cómplice, los demás se miraron y largaron la carcajada, porque saben que mi celular es antiguo, de esos que no dicen ni mu. Al final, nos reímos todos. Esos momentos son mágicos; una posibilidad de abrir los ojos al mundo, los días a la vida. 
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Miro sus fotos, enciendo su celular, leo sus últimos mensajes, pienso en la desesperación de aquellos días. Lloro. Pero en algún momento, no sé cómo ni cuándo, salgo a la calle y me aferro a los pequeños gestos, a las canciones que habíamos soñado juntos.
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En esa época, la del comedor escolar, estaba muy aferrado a dios: nos hacían rezar antes de cada comida, agradecerle esa posibilidad. Siempre recuerdo el hermoso gesto de una de las cocineras; nos esperaba en la puerta y nos despedía con una caricia en la cabeza. O cuando nos quedábamos a juntar los platos, junto a mi hermano, para que nos dieran doble ración de postre. A esa edad uno no es muy consciente de esas cosas. Con el paso del tiempo, recién comencé a valorar todo lo que había vivido allí. Y sí, claro, dios existe. Juro que lo vi entre los cantos de niños huérfanos.

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Un poeta anda entre nosotros 

En los tiempos de la globalización del sin sentido, en que los medios masivos de comunicación incomunican, en que el hombre ha dejado de ser una posibilidad de infinito para convertirse en consumidor -de arte, de autos, de partes, de dioses, de tetas, de imagen-: un poeta anda entre nosotros. Compra, estudia magisterio, vende su libro Sábanas de viento, quiere vender libros usados, sale con chicas que lo aprecian, hace pis y dos o tres pequeñas acciones solidarias por día, toma té de boldo sin azúcar, fuma Marlboros, da talleres de escritura a los niños, a los necesitados de una voz, conduce su auto entre las salvajes ráfagas del aire, sueña y anda entre nosotros. Escribe poesía. Usa las palabras como cuchillos para cortar el día, para diseccionar la noche, para hilvanar un canto, una voz, una plegaria. Parece un hombre común. Y no lo es bajo ningún punto de vista. Es un ojo que lo mira todo. Las rajaduras de tu alma, tus hilachas, el pelo de la rubia que se adhiere a tu hombro, las miradas de soslayo, la sed de tu boca, tus sueños iluminándote el rostro, los pelos de tu oreja, tu candidez y tus crueldades cotidianas. Él lo mira todo y a veces no lo quiere ver. Quiere ser civil. A veces sueña que hay días en que no escribe y siente alivio. Él ama a su madre. A sus sobrinos. La cara se le llena de luz cuando habla de ellos. Se siente perseguido por la muerte -¿y quién no?-. Porque su padre fue raptado por el mar, y cuando fue devuelto, ya no tenía vida. Su padre era pescador de peces y de días. Porque su hermano se murió a los treinta persiguiendo estrellas. Porque una chica que él quería mucho se murió en el parto dando a luz un hijo de la mañana y ahora duerme a unos pasos de su hermano. Porque está triste y tiene una voz, una plegaria, un canto. Y anda entre nosotros repartiendo sus colores, las margaritas salvajes de su alma, que es hija del viento y de la tarde, sus canciones, sus pequeños actos que andamian sus sueños más hermosos. Nos quiere. ¡Oh, Dios, cómo nos quiere! Quiere a la gente porque sueña la luz. Es él y anda entre nosotros. Y se llama Jorge Curinao. Y es poeta.


Carlos Besoaín
29/01/08

"Autenticidades"

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Señoras buenas nos daban de comer, nos decían: "Dios habita en los cielos, en las manos de un niño. Su tiempo es el tiempo por venir".

Hemos venido hasta aquí, donde nadie llega, sólo para escuchar el silencio de las piedras, los bordes de una herida.

Hace siglos que no salgo de mi pueblo, menos ahora que existe La Chasconita (y los cielos, y los mares, y los perros). Enero se ha vuelto el momento de cuidar el jardín, de recibir visitas, de reconciliarme con el mundo. 

Recordar es conservar. Para eso existen las palabras: cada una de ellas se une a otra hasta armar una casa. Los poemas, como se sabe, harán su propio camino.

El signo vital suele parecerse a las ropas del difunto, en cuyos bolsillos hay un solo hilo: el primer borrador.

No hay nada más poético que escuchar a los niños articular sus primeras palabras. Son sonidos puramente mágicos; sonidos que estremecen por su belleza y sencillez. Evidentemente, los niños están a favor de la idea de comunidad y en contra de todo individualismo. Por eso van por el mundo enseñando sus mejores juguetes, una especie de ofrenda a quienes aún no pierden sus sueños.

El canto es parte del cambio: rescatar de la cotidianeidad, la literatura. Escucharse a sí mismo en mundo aturdido por ruidos extraños. Escribir todo desde otro paisaje.

No recuerdo un verano tan frío como el de estos días. Ayer no me aguanté y volví a usar el térmico. Es que el frío y el viento, en medio del desierto, son más intensos. Son como los silencios en la hoja: nos conocemos desde hace tanto y sin embargo.

Casi no he conocido a mi padre, pero siempre lo he extrañado. Su ausencia es un niño sin alas: dibuja un pájaro. 

Creo en la función revolucionaria de la poesía.

Acá, en el desierto, sabemos diferenciar un coirón de un yuyo. Aprendimos que el dolor habita en los primeros fríos y que el viento es herida que viene del mar. Soñamos con niños y con flores. Ladramos para no perder la costumbre nomás. 

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